El Aguacero, varieté artística, nace como una respuesta a una necesidad. Había que juntar dinero para que Anibal pudiera viajar al Chaco. Así que, un grupete de amigos vinculados a la Iglesia Bautista de La Lucila, decidimos hacer algo que además, nos alegrara. Pero el resultado nos colmó.
En la varieté participaron amigos y amigos de los amigos. Muchos fueron los que pusieron sus manos para diferentes cosas, desde servir las mesas, poner las luces, cantar o limpiar. Y el espíritu de trabajo en equipo se vivió fuertemente.
¡Y el templo! Vestido con paraguas, lleno de gente, inundado de arte, copado por personas de todos los colores y tamaños; una celebración del encuentro.
Y Dios vio que esto era bueno. Y nosotros también.
A los pocos días, el templo se incendió. Algunos de nosotros creemos que este hecho (por demás, triste), en conjunto con la experiencia del Aguacero, nos señala que es válido volver a preguntarse e intentar comprender si el templo está siendo un espacio de verdadero encuentro entre las personas.
Hubo reconstrucción. Y al año siguiente, de cara a una nueva necesidad, insistimos.
El Aguacero se fue transformando, así, en un espacio necesario. Y se forjó una identidad propia, cuyas características son, entre otras: mesas grandes en el templo, un bufet para que la gente pueda comer algo, decoración del espacio, recaudación de dinero para alguna causa, ofrecimiento de un espacio a aquellos que quieren mostrar su arte, colaboración por igual de todos los que lo organizamos.
Bueno, no vayan a creer que esto está sumamente organizado ni que cada cosa está tan evaluada y analizada. No. Hay una gran cuota de “azar”, desprolijidad e incertidumbre. Pero es parte no poco jugosa del asunto.
